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La heroica muerte de un aviador español que luchó en el Ejército Rojo: así fue Ignacio Aguirregoicoa

Al estallar la Guerra Civil española, cerca de 3.000 niños fueron evacuados a la Unión Soviética. Años después, ocho de esos Niños de la Guerra ingresaban en el Ejército Rojo de la URSS. Uno de ellos fue Ignacio Aguirregoicoa, quien encontró el amor en el viaje que le llevó hasta Leningrado. El 9 de marzo se cumplen 77 años de la muerte de Ignacio Aguirregoicoa, un español que formó parte del Ejército Rojo durante la II Guerra Mundial. Con 14 años huyó de la Guerra Civil española y acabó formándose voluntariamente como aviador en la URSS, lo que le llevó a ser considerado como un héroe por preferir suicidarse antes de ser capturado por el enemigo. Ignacio fue uno de los miles de niños que marcharon del fascismo a otros lugares como Francia, Inglaterra o Suiza. Su destino acabó en la Unión Soviética y sin imaginarlo, aquel niño que se fue buscando la paz terminó encontrando el horror en la II Guerra Mundial. A todos ellos se les conoce como Niños de la Guerra: jóvenes de entre 4 y 14 años que fueron enviados por el Gobierno de la República española durante la guerra civil en diferentes expediciones, especialmente durante el año 1937. "Casi todos fueron mandados ese año, porque se acabó el frente del norte con la eliminación de la oposición republicana y la conquista del bando nacional", explica Rafael de Madariaga, investigador de la historia de la aviación española. "Estos niños llegaron a Rusia acompañados de profesores españoles que les iban a dar todas las materias en su idioma. Les trataron muy bien. Primero les llevaron a Leningrado y después les reorganizaron en centros de instrucción para seguir impartiendo las materias tanto en castellano como en ruso", dice Rafael de Madariaga, el autor del libro 'Aviadores españoles en la URSS. 1936-1948'. Durante el trayecto, conoció al que sería el amor de su vida: Teresa Alonso, otra niña de la guerra que le recuerda día tras día, tanto en su memoria como visualmente, pues todavía conserva su fotografía en la mesilla de su salón. "Ignacio era muy querido, no era porque tenga pasión por él, es que era un chico fabuloso", detalla Teresa desde Barcelona en una entrevista para Sputnik. La emigración. 1937 El 14 de junio de 1937, un año después de que estallara la Guerra Civil española, más de 1.500 niños procedentes en su mayoría del País Vasco, Asturias y Santander, partieron desde el puerto de Santurce en el barco Habana hacia la URSS. Lo que en un principio iba a ser una estancia temporal se convirtió en un viaje sin retorno para muchos de ellos, dejando atrás a familiares y seres queridos. Algunos nunca les volverían a ver: unos por voluntad propia y otros porque se les llevó la muerte antes de su regreso. El barco primero hizo una parada en Francia y posteriormente cogieron otro, el Sontay, que les llevó hasta Leningrado. "El recibimiento fue inolvidable, apoteósico diría yo, los niños del muelle que nos esperaban eran portadores de banderitas republicanas y soviéticas y una orquesta que tocaba constantemente", describe Teresa en sus memorias recogidas en un diario personal al que ha podido tener acceso Sputnik. Ignacio iba acompañado junto a sus tres primos; sus dos hermanos mayores se quedaron en España junto a su madre. Ya en el interior del barco, una de esas primas, Juanita, de 13 años, empezó a llorar porque había perdido a Ignacio. En ese momento Teresa Alonso se acercó a ella para consolarla, le agarró la mano y a los pocos minutos llegó él, "un chicarrón moreno, guapo y alto". Se trataba de Ignacio. Ambos se quedaron embobados mirándose. "Fue un flechazo", narra la donostiarra. Su hazaña como aviador Ignacio Aguirregoicoa nació en 1923 en Torrelavega en Cantabria, aunque erróneamente se le ha atribuido el nacimiento en Eibar y Placencia (Euskadi), donde luego se trasladó con su familia. Era el pequeño de tres hermanos: una hermana, que se llamaba Mari Tere y un hermano, Mario, ambos ya fallecidos. Su padre les abandonó de pequeños y su madre fue la encargada de cuidarles hasta el final de sus días. Entre todos los Niños de la Guerra, Ignacio Aguirregoicoa era uno de los mayores, y como la mayoría de su generación soñaba con ser aviador. "Los niños querían vengarse de todo lo que habían vivido durante la Guerra Civil. Supongo que tal vez eso también fue lo que motivó a Ignacio en su momento, o tal vez simplemente tenía una atracción muy fuerte por los vuelos", manifiesta Eugenia Goenaga, nieta de una de los primos que viajó con Ignacio.

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Como no podría ser de otro modo, al llegar a la Unión Soviética, eligió voluntariamente estudiar aviación. Cuando comenzó la invasión alemana, la casa de acogida de Kiev donde se alojaba Ignacio fue evacuada y de todos ellos, ocho españoles consiguieron ingresar en un aeroclub de Moscú en 1940 para formarse como aviadores. Después de vencer las dificultades como extranjero, ingresó en abril de 1941 en la Academia Superior de Aviación Chkalov, en la ciudad de Borisoglebsk, provincia de Voronezh. Es en ese año cuando Alemania invade Rusia y ellos todavía se encontraban en su última fase de instrucción. "Los ocho niños fueron pilotos vascos muy jóvenes que estaban formándose y a los que les pilló la II Guerra Mundial antes de acabar sus estudios. Eso les hizo ingresar de inmediato en la aviación soviética sin tener una previa instrucción en España", Rafael de Madariega, investigador de la aviación española. Fue entonces asignado al frente. Combatió ocho meses, tiempo suficiente para realizar 30 exitosas salidas de combate y hacerse con una victoria al destruir un tren militar con 70 soldados y oficiales del bando enemigo. Sus hazañas como aviador le llevaron a ser condecorado con dos importantes galardones: la Orden Estrella Roja, una distinción que se otorgaba al personal del Ejército Rojo por servicios excepcionales en la causa de la defensa de la Unión Soviética tanto en tiempo de guerra como en tiempo de paz y la Medalla "Por la Defensa de Leningrado". "No tengo mucho en común con él, pero en este caso puedo decir que me gusta volar desde la infancia y sospecho que es algo que he heredado de él", confiesa a Sputnik desde Moscú la nieta del primo de Ignacio, Eugenia Goenaga. "Dejó el último cartucho para él" "Aquel fatídico día, cuando Ignacio despegó en el avión para realizar su misión, consiguió planear sobre el lago y aterrizar a pesar de los daños que sufrió su avión. Pero se sintió rodeado y respondió disparando. Él tenía esperanza de salir vivo. Sin embargo, en el momento en que se dio cuenta de que no había ninguna oportunidad para su vida, dejó el último cartucho para él". Así narra desde Moscú la sobrina-nieta del aviador el momento de su muerte, Eugenia Goenaga, nieta de uno de los primos que viajó con Ignacio. Ignacio Aguirregoicoa se encontraba escoltando a unos bombarderos que iban a atacar Tallin el 9 de marzo de 1944. Fue derribado, con 21 años, pero logró sobrevivir. Al verse atrapado por las fuerzas alemanas, decidió empuñar su pistola, apuntar contra su sien y dispararse así mismo. Su cuerpo fue enterrado en Mustvee, en una fosa común junto a otros 200 soldados soviéticos. "Creo que todos tenemos que recordar momentos como ese, tenemos que saber que cuando un hombre hace algo así, no lo hace por ser un héroe, no piensa en lo famoso que será. Estoy bastante segura de que estaba pensando en la gente que le quería, para que pudieran vivir, y vivir libres", declara a Sputnik su sobrina-nieta desde Moscú. "Estoy criando a mi hijo para que conozca toda la historia, que sepa todo sobre Ignacio, que sepa todo sobre sus abuelos, aquellos que dieron su vida para que nosotros pudiéramos vivir, caminar, respirar y ser libres", señala Eugenia Goenaga. Finalizada la II Guerra Mundial, un activista del Komsomol, las Juventudes Comunistas, descubrió el caso de Ignacio y propuso a las autoridades soviéticas poner su nombre a una calle en su honor. Aceptaron la propuesta, pero en lugar de escribirlo correctamente, lo acortaron a "Benito Aguirre" cogiendo su segundo nombre y acortando el apellido. En las fotografías que aún conserva la familia residente en España se ve que también era llamado Iñaki, el equivalente en euskera a Ignacio. "Es difícil para un ruso pronunciar Agirregoicoa Benito. Sé por mi propia experiencia que nadie en la URSS podía pronunciar mi apellido, lo abreviaban y me llamaban 'Benita'. Supongo que en aquel momento, con el país en medio de la guerra, no importaban mucho las letras…", reflexiona Eugenia Goenaga, nieta del primo de Ignacio. Teresa Alonso: su amor incondicional Teresa Alonso es de las pocas personas que conocieron a Ignacio y que aún se mantienen vivas. Su relato entremezcla los recuerdos con su enamorado junto a sus propias vivencias, las cuales resultan difíciles de plasmar en su totalidad en un reportaje periodístico. Por resumirlo en un par de líneas, a sus 96 años ha vivido dos guerras, ha recibido la Medalla de Leningrado, ha sobrevivido a varios bombardeos como el de Guernica y otros durante la II Guerra Mundial (aunque en uno de ellos fue lesionada y le tuvieron que poner dos injertos) y fue sometida a varios interrogatorios por la CIA a su llegada a España, lo que posteriormente se conoció como Project niños. Teresa se instaló en Barcelona a su regreso a España. Con 12 años, conoció a Ignacio, de 14 en el barco francés Sontay, donde se embarcaron de camino a la URSS después de realizar la primera parada del Habana. Han pasado más de 80 años, pero aún le guarda en su memoria. Cuando desembarcaron en la Unión Soviética, les llevaron a una casa de acogida en Kiev. Posteriormente, les agruparon en distintas localidades. Ignacio se quedó en Kiev y Teresa fue a parar a Leningrado, donde estudió para perito electricista. Durante el tiempo que estuvieron separados, intercambiaron numerosas cartas y él siempre que podía iba a verla hasta que uno de esos días —el 18 de marzo de 1941—, el día del cumpleaños de Teresa, fue a visitarla para pedirle matrimonio. Lo que se convertiría en un bonito presente, probablemente acabaría siendo uno de los peores regalos de su vida. Su intención era llevarle con él, pero el instructor le aconsejó que le dejara continuar con los estudios y que regresara el año siguiente. No pudo ser. Ese día fue el último que Teresa vio a Ignacio. "Ni cartas ni nada, todo se terminó", expresa Teresa entre lágrimas. "Quiero mencionar que en este acto heroico, también se mezcló una tragedia que afectó no sólo a los padres que perdieron a su hijo, sino también a Teresa Alonso, la novia de Ignacio, que no era sólo una novia, eran una sola persona, partida en dos. Y da miedo pensar en el dolor que sufrió y en el sufrimiento que padeció. Sólo quiero darle las gracias por su valentía. Por su valentía y por la de Ignacio", concluye Eugenia Goenaga, nieta del primo de Ignacio. Ignacio Aguirregoicoa, Teresa Alonso y todos los de Niños de la Guerra fueron condenados al olvido a causa de la represión institucional del franquismo. Esto cambió a partir de 1997 cuando Dolores Cabra, secretaria general de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio (AGE) se comprometió a dar a conocer las historias de estos niños en España. Lograron llevar este tema al Congreso de los Diputados en 2005 y que se aprobaran unas prestaciones que los Niños de la Guerra reciben a día de hoy. Dos años más tarde, el Gobierno de Rodríguez Zapatero promulgó la famosa Ley de Memoria Histórica, donde se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura. Desde entonces, los niños de Rusia han podido salir del anonimato y han sido objeto de interés para muchos historiadores que publicaron sus memorias. La sociedad civil empezó a conocer el asunto y a luchar junto a la Asociación para que su memoria se conociera en España y, sobre todo, para que los hechos no vuelvan a repetirse con los niños, víctimas siempre inocentes de las guerras.